Cuando la Suerte Acompaña
No la conocía de nada, pero me cruzaba todos los días con ella cuando volvía a casa al salir del trabajo. Le eché unos cuarenta y tantos y empecé a mirarla con atención a partir de un día de marzo o abril en que el sol empezó a hacer acto de presencia.
Siempre vestía muy correcta, con el pelo colocado y ligeramente maquillada, pero aquel día el traje que llevaba me hizo detenerme más en su figura. Era un traje de chaqueta marrón claro que parecía hecho a medida. Al pasar a su lado no aparté la vista de su escote y pude ver el nacimiento de unos pechos tostados. Cuando me sobrepasó le hice el consabido repaso a su parte trasera, la parte baja de la chaqueta volaba sobre un culo redondo, firme y de anchura proporcionada a la cintura que se marcaba más arriba.
En los pasos siguientes que di no dejé de imaginarme como sería el tanga que se alojaba en aquel interior tan apetecible.
La historia se repetía día tras día, a eso de las dos y media ella bajaba y yo subía por la misma calle. Los días que por cualquier cosa yo me retrasaba o ella no aparecía llegaba a casa apenado.
La primavera seguía su curso y el desfile de ropa ligera aceleraba mi mente calenturienta. Las faldas vaporosas, las blusas claras y los escotes seguían alimentando mis pajas favoritas. Cuando pasaba sin chaqueta le podía ver el tipo de sujetadores que llevaba y eso era suficiente para imaginar el resto.
No le había puesto nombre, pero la había imaginado en mil posiciones distintas, semidesnuda en un ascensor, vestida y acuclillada ante mí, sin ropa en una cama con las piernas abiertas... todo un repertorio de polvos virtuales surgieron en mi cabeza.
El hecho de que no rehuyera mis miradas directas alentaba mis fantasías. Siempre la miraba directamente a los ojos justo cuando me cruzaba con ella, un breve segundo dentro de unos ojos siempre abiertos y levantados que me hacía pensar que le gustaba el juego que había nacido entre nosotros.
Una noche principios de julio fui a cenar a un restaurante con un grupo de colegas. No la reconocí al entrar, pero mientras nos sentábamos la vi y le cambié el sitio a un amigo para estar justo de frente a ella, supuse que su acompañante era su marido.
Ella me vio y me reconoció y yo no dejé de mirarla en toda la cena, a medida que el vino corrió por la mesa mi mirada se hizo más fija. En un momento dado se levantó y fue hacia los baños, apresuradamente la imité dejando a un compañero con la palabra en la boca. Fui lentamente tras ella deteniéndome en la barra un minuto mientras ella entraba en el baño echando una mirada atrás. Cuando vi abrirse la puerta fui hacia allí y mientras ella salía. Nos miramos directamente a los ojos y abrió la boca para decir algo, me pareció una eternidad, pero al fin le escuché decir:
-Hola.
Nada más, sólo eso y su mirada mientras volvía a su mesa. Me quedé tonto. Luego entré al baño por disimular y me quedé mirando en el espejo la cara de imbécil que tenía. En ese momento me di cuenta de que ni le había contestado.
Pasé todo ese mes sin verla y poco a poco mi mente fue guardándola en el olvido. La playa y el desfile de jovencitas ligeras de ropa que se sucede cada verano copaban toda mi calentura voayeur.
A principios de septiembre se celebraba la boda de un compañero de trabajo y allá fuimos todos los amiguetes. La vi en la puerta de la iglesia, con un vestido negro ajustado que no dejaba mucho a la imaginación. Agradecí al destino esa oportunidad de volver a verla y después de pasar toda la ceremonia observándola nos dirigimos al restaurante donde se daba el banquete. Estábamos a dos mesas de distancia y nuevamente me coloqué para tenerla de frente. Cuando la elegancia de toda boda se convirtió en el desfile de horteras que el alcohol produce era hora de salir a bailar. Nunca he tenido el valor suficiente que aquella situación requería, ni siquiera bebiendo. Su marido estaba haciendo que bailaba en la pista cada vez más llena y se le notaba que también había bebido bastante en la comida. Ella seguía sentada conversando con otras dos mujeres de su misma edad. Cuando estas se levantaron no sé si para ir al baño o a qué, ella me miró - ya me había visto antes - y me pilló con los ojos clavados en su escote.
Se levantó y vino hacia mi mesa en la que quedábamos tres amigos. Yo me sentía hervir la cara cuando la veía venir, tomó asiento a mi lado ignorando a mis compañeros al otro lado de la mesa y me dijo:
- Hola vecino. De quién eres familia, del novio?
Acerté a explicarle que en aquella mesa éramos todos compañeros de trabajo del recién casado y ella me contó que era pariente de la novia.
Al rato de hablar sobre nuestro respectivos vínculos con el matrimonio festejado y de aclararme que vivía cerca de mi casa y que por eso nos veíamos todos los días me espetó:
-Me sacas a bailar?, mi marido está tan borracho que no me dejaría un pie sano...
-Claro -la charla me había dado alas- será un placer.
Al llegar a la pista todo era gente despendolada bailando la pachanga que sonaba, así que le propuse quedarnos al principio. Bailamos un poco mientras seguíamos hablando y cada vez nos animábamos más. Ya no me cortaba en agarrarle la cintura y deleitarme siguiendo con mis dedos la línea de su sujetador y, más abajo, la de su tanga en la parte alta, justo encima de un culo que me moría de ganas de acariciar. Nada en su actitud me frenaba así que seguí adelante con el juego de los roces. La agarré de las manos y la fui acercando hacia mí, su pecho rozó el mío y me miró directamente mientras se apretaba más. Si hubiéramos estado desnudos mi polla estaría chocando contra su ombligo. Justo en ese momento se dio la vuelta y yo la agarré por la cintura. Vi que echaba un vistazo alrededor y dejó que le apoyara mi paquete en el medio del culo, subí las manos un poco hasta dejarlas muy cerca de sus tetas. Cuando se movía bajaba un poco y mis manos rozaban la parte baja de su pecho. El tacto de aquel vestido no se me olvidará en la vida, notaba su piel y el contorno de su ropa interior mientras su pelo me pasaba por delante de la cara.
El siguiente tema era salsero así que la tomé de la cintura y no dudé en meter mi pierna entre las suyas, ella la aceptó con buena cara y al medio minuto ya se había rozado su entrepierna un par de veces. Busque con la mirada a su marido o cualquier rastro de alguien observándonos, pero todo el mundo estaba concentrado en la fiesta. Me envalentoné y bajé mi mano derecha por su culo, despacio, apretando fuerte con cada dedo hasta llegar al centro y hacer presión con mi índice en aquella raja que me traía loco. Acercó su cara a la mía y suspiró, yo no podía más, pero no era plan de lanzarme a su boca. Ella también estaba excitada y veía que su cabeza estaba maquinando algo. Cuando a acabó la canción se separó de mí, me miró y me dijo:
-Sal a la terraza, voy dentro de un minuto.
-De acuerdo -dije encaminándome hacia la puerta.
En la terraza estaban las mesas donde habían servido los entrantes, sólo unos chiquillos jugaban entre ellas.
Fueron unos minutos eternos, pero cuando la vi salir supe que iba a ser el polvo de mi vida.
Vino directa a mí, mirándome con una cara que sólo una mujer madura puede tener.
-Vamos -me agarró de la mano y me llevó por otra puerta.
Estábamos un piso por debajo del comedor y había otros baños, entró ella primero en el de mujeres y me llamó desde dentro. En un abrir y cerrar de ojos estaba dentro de un aseo devorando la boca de una vecina a la que le había dedicado pajas a lo largo de más de cuatro o cinco meses.
El asunto fue directo, mientras nos besábamos la acaricié todo el cuerpo. Ella no dejaba de gemir bajito y yo seguía a lo mío que en ese momento era dedicarme a disfrutar de aquella mujer. Le besaba el cuello mientras mis manos se ocupaban de sus pechos, una, y de sus piernas la otra. Le bajé el vestido y el sujetador para dirigir mi boca a sus pezones que me apuntaban provocativos:
-muerde!!!
No me lo creía. Le hice caso y los gemidos subieron de volumen.
-más fuerte cabrón!!!
La obedecía y la vez le metía un dedo sin las delicadezas que me había tomado. Tenía el vello recortado y el coño estaba mojado. Le subí una pierna al retrete y me agaché para mirar con calma el chochito que me iba a comer, pero me agarró del pelo y enterró mi cabeza entre sus piernas. Me lo comí todo, le iba la caña así que le mordí suavemente mientras ella e apretaba más a mi cara. Ya no controlaba sus gritos.
-méteme otro más! -me decía mientras tenía su clítoris entre mis dientes.
Siempre obediente sumergí dos dedos en su coño y otro lo deslicé hacia atrás, procedí con cautela, pero al no encontrar oposición la enculé con mi dedo y empecé a meterlos y sacarlos de sus dos agujeros.
Se corrió en mi boca y mis dedos. Mientras se reponía me levanté y saqué la polla de su prisión. le di la vuelta y volví a subirle una pierna.
Se la clavé de golpe agarrándole las tetas muy fuerte. Desde mi postura veía su culo con el tanga apartado mientras mi polla entraba y salía de su coño.
-sabía que querías follarme... -me dijo en un momento.
- yo no me imaginaba que fueras tan puta...
Seguía bombeando y ella movía la cadera viniendo a mi encuentro sin parar de gemir.
-mírame -le ordené.
Giró la cabeza y vi su cara sudorosa, con la boca abierta respirando agitada y un mechón de pelo pegado a la mejilla. Me acerqué para morderle el hombro y tener su cara más cera. Lamí su sudor y no dejaba de apretarle las tetas, ella lo notó por mis movimientos, me levantó la cara agarrándome del pelo y a unos centímetros escasos me lo dijo:
-lléname el coño, vecinito -la tenía justo de frente, con sus ojos fríos clavados en los míos- vamos dame tu leche -lo decía despacio, como si ella no estuviera follando-. Venga correte dentro de tu vecina, mirón. Llénamelo todo. Vamos.
Por supuesto le hice caso y me corrí dentro de su coño gimiendo como un animal. Sólo entonces me soltó el pelo:
-despacio, déjamela dentro, quieto...- la situación estaba otra vez bajo su mando.
Estuve unos minutos dentro de ella mientras mi polla decaía y mi leche iba saliendo de su interior.
Cuando me incorporé, nos miramos y me dio un beso suave en los labios:
-muy bien, ha sido muy rico - dijo guiñándome un ojo.
Nos limpiamos y recompusimos la ropa. Al salir nos echamos un poco de agua en la cara y me dijo que me fuera, ella subiría un poco más tarde.
Al rato la vi llegar, se fue a junto de su marido que la abrazó y empezaron a bailar juntos.
Yo seguí en mi mesa, bebiendo con mis colegas y observándola.
Una hora más tarde cuando íbamos a salir hacia una discoteca pasó al lado de nosotros y me dijo:
-nos vemos, vecino.
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