Sueños de una Noche de Verano
Desperté pacíficamente rodeado por una tenue luminosidad. A mi parecer eran las 3 de la mañana, pero no tenía ni ganas ni razones para estirar la mano, tomar el reloj y fijarme si efectivamente era así. Era verano, no tenía porqué preocuparme, ya que al otro día no tendría que levantarme temprano, ni asistir a ningún lado.
¿Por qué me había despertado? Nunca lo supe. No tenía ni sed, ni hambre, ni calor, ni frío, ni ganas de ir al baño, ni nada de nada.
Sentí su calorcito post-adolescente. Era hermosa. Medía aproximadamente 1.68 m., con unos ojitos verdes preciosos, un pelo sedoso y radiante, una boquita gruesa que no me cansaba de besar, un cuerpo más que hermoso, con una pancita en la que quería meterme a como diera lugar, unas piernas largas y atléticas, pero no por eso dejaban de ser carnosas y propensas a la inevitable caricia, y una colita indescriptible, tan preciosa como única.
Allí estaba, durmiendo de costado hacia el lado izquierdo. Únicamente traía puesta su ropa interior blanca, ajustada, admirable.
Mi cuerpo y mi mente se estaban nutriendo de una lujuria traída del más allá, y poco a poco mi organismo estuvo listo para la tarea por la cual hemos nacido.
Sí, yo, pero ella aún continuaba dormida.
La tomé con la mano izquierda por la cintura, y deslicé entre su cuello y la almohada mi brazo derecho. Me afirmé y apoyé sobre sus increíbles nalgas mi falo ya totalmente erecto, tras lo cual sentí un suave movimiento de desperezo por parte de ella. En esa posición empecé a besar sus lóbulos lo más delicadamente posible, mientras con movimientos tranquilos le frotaba mi verga y mis huevos por toda su parte trasera. Ella poco a poco tomaba ritmo acompasadamente.
Sin dudarlo me separé un poco y con mi mano izquierda acaricié sus carnosas nalgas. Ahhh, como me gustaba aquello; que chiquita más preciosa, era (y es) un ángel caído del mismísimo cielo, sentada al lado de los dioses en igual jerarquía que ellos.
Imprevistamente ella tomo mi mano derecha y delicada y la vez fuertemente comenzó a chupar y a lamer mis dedos. ¡Cómo me excitaba aquello! Mi polla ya estaba endurecida a más no poder, pero ambos éramos (y somos, jeje ;-) fanáticos del juego previo.
Sentía su lengua por entre mis dedos y en mi mente ponía mis huevos en su lugar, y eso me hacía delirar. Y brusca pero saboreadamente introducía poco a poco mi dedo medio en su boca, centímetro a centímetro, sentía su cavidad humedecía y aquella lengua suave que recorría de punta a punta mi dedo, y yo pensando en lo que haría con mi amigazo si simplemente con mi dedo podía provocar esas maravillas y reacciones en mi cuerpo.
Mientras yo no dejaba de correr y recorrer sobre su diamantino culo; que placer.
Abandoné esa tarea para tomarla por la cintura así podía subirme un poco más y ponerme encima de ella, a pesar de que ella aún permanecía de costado, y poco a poco comencé a recorrer su cuello, y no dejé ninguna porción de piel inexplorada.
Ella bajo su cabeza y nos besamos delicada y distanciadamente, rozando nuestras lenguas por fuera, hasta que definitivamente ella se acomodó boca arriba, quedando enfrentados, y nos fundimos en un apasionado y bestial beso que pareció durar horas.
Mis manos se deslizaron por su espalda y desabrocharon su molesto corpiño, el cual arrojé despreocupadamente a un lugar indefinido de mi cuarto, y aún con el calor y la saliva de su boca, descendí hacia sus pezones que inmediatamente se irguieron poniéndose tan duritos como a mí me gustaba y los succioné de tal forma que noté una reacción, un movimiento en ella, un sacudón que me dejó pasmado. Parecía un chiquillo allí mirándola, como tiraba su cabeza hacia atrás y respiraba con la boca entreabierta. Sin duda se estaba tocando y estaba a punto de llegar al límite, así que me apuré y descendí rápidamente.
Y si algo he aprendido, es que el deseo puede más que el acto en sí, por lo tanto, comencé a besar su pubis (no sin antes apartar su agitada y mojada mano de su cavidad), y luego fui descendiendo, pero no llegué directamente a su florcita, sino que la rodeé de besos, sintiendo como en su desesperación desbordaba de líquidos, y empujaba con su cuerpo, acercando sus genitales hacia mi cara, impaciente porque le practique el tan anhelando cunnilingus.
Y así lo hice.
Lamí cual gatito ronroneante, y lamí y lamí, e introduje mi lengua tan a fondo que explotó. Pero eso no era suficiente, ni para mí ni para ella, por lo tanto, acto seguido absorbí su clítoris presionándolo con mis labios, mientras que con mi lengua lo acariciaba de mil y una maneras. Ella se convulsionaba inconteniblemente, a veces agarrando mi cabeza, a veces tirándome de los pelos, a veces tironeando las sábanas.
Era una leona incontrolable, y eso me encantaba... Quería verla gozar en extremo, quería que supiera que ningún otro la haría sacudirse de la manera que yo lo lograba. Quería que se diera cuenta que era mía, que podía tenerla cuando quisiera y como quisiera, y lo estaba demostrando.
Sus suaves bellos púbicos eran caricias perpretadas involuntariamente sobre mi rostro, y olían a fresco jabón de una ducha reciente. Aquello era el cielo, aquello era el mismísimo cielo del cual ella provenía. Aquella chica era una mezcla de la mejor mujer del Moulin Rouge con la diosa más hermosa y delicada que allá existido en cualquier mitología milenaria. Y estaba allí, sucumbiendo ante mi desenfrenada lujuria y pasión, y mis ganas de lograr sacarla de este mundo, despertarla en un lugar de ensueño, en el que solamente existimos nosotros dos, y que respiramos placer, y desbordamos de amor, rodeados de calor.
Aquello era fantástico, y más aún al sentir sus cálidos fluidos en mi cara. Me trepé rápidamente sobre su cuerpo y ella violentamente me colocó boca arriba.
-Ahora me toca a mí.- dijo encendiendo aún más aquella hoguera de libertinaje, llegando al borde de la inmoralidad y de los precipicios de la demencia.
Lamió mi cara, limpiando lo había salido de ella misma hacia tan solo unos momentos, y me besó furtivamente, dejándome aún todavía más ansioso de poseerla. Bajo y se detuvo largo rato en mis pezones, sabiendo como me gustaba aquello, pero con las ganas que tenía aquella noche, y mis inconscientes empujones sobre sus ojos, descendió rápidamente hasta encontrarse cara a cara con mi glande, el cual obvio maliciosamente para dedicarse a la succión de mis testículos, lo cual agradezco eternamente.
Era una sensación de placer, ternura y amor increíble. Era sin duda refrescante, liberador, y mi mente se disipó de todo. Quería estar con aquella mujer hasta el resto de mis días, y no me importaba nada ni nadie, si de permanecer juntos se trataba.
Volví de mis pensamientos al sentir su suave lengua aproximarse a mi ano y detenerse allí tan finamente que no tengo absolutamente nada de porqué quejarme.
Ella ya tenía todo claro y hablábamos muchísimos, y éramos (y somos) muy abiertos a todo tipo de cosas entre nosotros. Muchachos, hombres, colegas: No se dejen cegar por los prejuicios. La estimulación anal es uno de los placeres más poco explorados y más increíbles de todos, que estoy seguro de que en su vida podrán dejarlo una vez que lo hayan experimentado.
A cinco centímetros del esfínter se encuentra la próstata, a la cual es realmente muy fácil de acceder con los dedos, y ella lo sabía demasiado bien.
Encargándose de ello y haciéndome delirar increíblemente, comenzó a succionar mi pene, hundiendo mi cuerpo en un fellatio inolvidable, lleno del más puro placer, mientras sentía como con la yema de sus dedos acariciaba habilidosamente la próstata, con lo cual lo único que lograba era que bombeara más y más semen, el cual finalmente llegó a borbotones.
Eran oleadas de semen, una sensación espectacular, y alcanzó para llenar su boca, su cara, sus pechos. Tremendo.
Y ahora sí, el momento tan esperado. Terminó de tragar todos mis fluidos y se predispuso firmemente encima de mí. De más está decir que mi pene estaba más erecto que antes, y totalmente lubricado, por lo que el coito fue de lo más sencillo.
Comenzó a moverse acompasadamente, y en ese momento pensé "!Qué demonios, demosle a la chica lo que quiere!, y sin preocuparme ni por mi placer ni por nada que tenga que ver con ambiciones propias, comencé a poseerla de una manera increíble, no dejando de lado ningún detalle.
Como se habrán dado cuenta, pocas veces tengo en cuenta mi propio placer, y es que para mí, la mujer debe de ser la principal beneficiada, y por lo tanto, cuando uno le hace el amor, debe de hacerselo de una manera inolvidable. Si uno cuida una rosa con carió, afecto, y la toma sin importarle ni las espinas ni nada, y la cuida, y la mantiene feliz, finalmente la flor lo recompensará a uno de mil maneras, llenando de gracia y hermosura tu vida.
Y las mujeres son todas rosas que hay que cuidar y llenarlas de placer.
Así que continuando, me percataba de que su clítoris rozara constantemente con mi pene, mientras poco a poco me iba levantando y a su vez tirándonos a los dos hacia atrás para lograr una cavada profunda y resonante.
Ella estiró sus manos y me tomó los antebrazos, sin dejar de moverse, cada vez más fuertemente. Yo por mi parte me afirmaba cada vez y disfrutaba con su disfrute. Así permanecimos un rato, yo enamorándome cada vez más de ella, hasta que me empujó nuevamente hacia atrás y siguió meneándose sentada arriba mío, tomándose de los cabellos, y yo perdido en el universo de sus pechos me avivé de que podía brindarle aún más placer, y los tomé, y los estrujaba mientras que al mismo tiempo con mis pulgares frotaba sus pezones una y otra vez, cosa que la volvía totalmente desquiciada.
Comenzó a gritar, a abrir la boca, a mostrar los dientes, a rugir. Me tomaba del pecho, marcándome con sus uñas, me apretaba la panza para literalmente afirmarse y saltar sobre mí, hasta que se corrió en una tremenda eclosión explosiva inimaginable, un desborde de energía pocas veces visto.
Wow! Agita de solo leerlo, no?
Se tiró enamoradamente sobre mi pecho, sin romper nunca el coito, hasta que decidió estirar las piernas. Y así quedó. Sentía como respiraba agitada, como estaba cubierta por todo el cuerpo con una finísima película de transpiración, y sentía como sus fluidos caían sobre mis genitales aún erectos.
Ella pareció darse cuenta de esto, y trepando por mi pecho se acercó suavemente hasta mucho más cerca de mi cara y me dijo "Te amo" como una brisa, como un rastro de perfume en el viento desértico, como una nube en medio de la nada, como un rayo en medio de la oscuridad, me dijo "Te amo", y sonreí.
Luego de dio vuelta y se acomodo en cuatro patas, como una perrita, y allí llegó a mi punto débil. Permanecí allí boca arriba, observando su apetecible vagina color rosa, y pensé en lo loco que me ponía aquella pose.
Poco a poco dejé de ser yo, una fuerza sexual perversa se apoderaba de mí a cada instante, y algo se posesionó de mí, y allí dejé de tener control de mis actos.
La tomé de la cintura y me erguí de golpe, frenando mi avance en el preciso momento en el que mi pene descorría sus labios vaginales tan mojados y sabrosos. Y allí sí, metí sexta y mandé a fondo.
Si ustedes supieran lo que pasó, lo que se sintió ella. Sus paredes se contrajeron bruscamente, provocándome un placer agudo, tajante, avasallante. Pegó un grito que pareció un rugido, y tiró su cabeza violentamente hacia atrás. Todo esto lo único que logró fue inspirarme más y más, por lo que empecé a asediarla por atrás tan fuerte como podía, y hasta ese momento creí que conocía mis límites, pero me había equivocado.
Le acariciaba la espalda, mientras ella movía su cabeza llevada por una corriente de placer que parecía ser perpetuo. Mi verga latía, explotaba, se convulsionaba a cada segundo. No éramos dos, éramos tres allí.
Completamente desaforado de placer le pegué un chirlo muy fuerte en la nalga derecha, tras lo cual ella rugió desbordada de miles de sensaciones, y comenzó a acelerar su ritmo. Le pegué de nuevo, y ella subía y subía sobre mí, y cada vez se iba más atrás, y con cada chirlo se movía más y más rápido. Le gustaba sin duda.
Zas! Zas! Sus gritos, los míos, el placer, su preciosa cola, su cuerpo, la euforia, la agonía de sentirse en el cielo, de volar, de no estar presente en ningún lado, me hundía ferozmente en ella, acompañado por sus gritos, por su carne, por sus contracciones vaginales que prácticamente me atraían más y más. Aquello era el cielo.
Y explotamos juntos. Gritamos a la vez, entonada, larga y placenteramente:
AAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHH!!!!!!!!!!!!
Dios mío!!!!!!! Cuánto te amo mi chiquita preciosa. Te dije, siempre te dije que te haría feliz, que sería el único con el que sentirías las mejores sensaciones del mundo. Te lo he dicho tantas veces, y tantas te lo he cumplido. No necesitas nada más, aquí estoy.
Nos desplomamos ambos para atrás, y terminamos uno al lado del otro. Las sábanas totalmente mojadas, con transpiración, con fluidos, con saliva, con todo.
Nos estrujamos los cuerpos, y llevamos nuestras almas al borde de nuestros genitales, logrando una unión única, pero no irrepetible.
Y así se quedó dormida, como un ángel, y yo era feliz, y soy el más feliz del mundo. Lo soy por saber que una persona tan hermosa como ella me ama, me entiende, comparte todo conmigo, entrega todo y me da lo máximo de sí.
Lo soy por estar con una diosa que no tiene defectos, con una geisha que es capaz de cumplir mis sueños, es más, ya lo ha hecho. El cielo me ha dado todo lo que siempre quise resumido en una persona, en la mejor de las personas, en la única, la irrepetible.
Y al sentir su respiración tan relajada, su cuerpo flojo y cansado descansando sobre mí, tenía toda la felicidad del universo. Ella depositaba toda su confianza en mí, y eso es muy difícil de conseguir.
No todo el mundo adquiere una diosa personal, una persona que es capaz de ofrecerte todo a cambio de verte feliz, una persona que está con vos en todos los momentos y oportunidades que se presentan, en las buenas y en las malas, en el cielo y en el infierno. Ella era todo, ella era mi vida, y si algún día la pierdo, mi alma, mi corazón, mi mente, y mi vida se extinguirán con el recuerdo de lo que fue, y de lo que pudo haber sido.
Quiero poseerla para siempre, y voy a hacer todo lo posible para ello, y no me será fácil, pero de algo estoy seguro: nadie la ama, ni la ha amado, ni la amará nunca, de la misma manera y con la misma garra y pasión con la que la amo yo.
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