Un Día Gris
Llevaba despierto desde las 5 de la mañana, y tras salir del trabajo 10 horas después, imagine que aquél no sería mi día. Unas negras nubes avecinaban una tormenta de varias horas. Aún albergaba la esperanza de que parase de llover antes de salir. Cogí el autobús para volver a casa y a mitad del camino la tormenta se desató. Llegué a casa empapado, me desnudé y me fui directo a la ducha. El agua caliente relajó mis músculos y salí de la ducha con otro humor, pero al ver por la ventana que el día no mejoraba, me tumbé en la cama con resignación y me quede dormido.
Sonaba el teléfono. Mi mejor amigo me llama para preguntarme que tal la semana y para confirmarme lo que me temía, que no iba a salir. Cuelgo el teléfono. Miro el reloj, y veo con asombro que son las 8... Me vuelvo a duchar, me visto, y espero. Las 9, parecía que nadie estaba por la labor de salir ese día. Por fin el teléfono sonó, era Claudia, una amiga mía, diciendo que venían a recogerme y ya veríamos a donde íbamos, me dice que Juan Carlos, Natalia y Sonia vienen, y que posiblemente 2 o 3 más se apunten a última hora. Bueno, las cosas parecían que pintaban mejor de lo que había presumido con anterioridad. Estaba enamorado de Sonia. La conocí 4 años atrás, y tras convertirme en su mejor amigo, me enamoré de ella. Mi problema residía en que ella sólo me veía como lo que era, un amigo, el típico amigo al que le contaba sus amores frustrados, sus experiencias sexuales, y sus más íntimos secretos. Esto tenía sus ventajas y sus problemas, nos conocíamos perfectamente, pero había cosas suyas que me dolían al estar yo enamorado de ella. Pero su sola presencia, sus abrazos, cuando me cogía de la mano, o me contaba secretos al oído, me hacían sentirme muy afortunado. A mis 20 años, mis experiencias sexuales eran escasas, mi timidez y mi suerte me hicieron superar la veintena virgen y mis encuentros con mujeres se habían limitado a besos, caricias y poco más.
Sonó el telefonillo. Bajo y me monto en el coche de Juan Carlos, en el asiento de adelante, pues gracias a mis 2 metros de altura es difícil acoplar mis piernas en otros sitios. Siento unas manos frías abrazándome desde atrás. Es Sonia, se inclina y me da un beso en la mejilla. Sólo por eso ya me sentía afortunado de haber salido. Tras hacer la ronda y recoger a todos, Natalia propone ir a su casa. La aceptación fue unánime, ya que el día no invitaba a ir a muchos sitios, y yo lo agradecía doblemente, ya que las discotecas no me gustan lo más mínimo.
Llegamos a su casa a eso de las 11 de la noche. La lluvia seguía sin cesar, un incomodo viento soplaba y la temperatura no invitaba a estar en la calle mucho tiempo. Subimos a su dúplex, regalo de sus padres. Tras las típicas bromas de niña mimada, dejamos los abrigos y nos sentamos en el salón. Colocamos las sillas alrededor de la mesa y junto al sofá. Natalia me pide ayuda en la cocina. Somos los dos únicos que vivimos solos y sabe que me apaño bien en la cocina. Preparamos un poco de todo y lo vamos llevando al salón. Cuando ya esta todo dispuesto, Alex, un amigo de Natalia, propone jugar a ¿verdad o atrevimiento?. Mi timidez y madurez me hacían razonar la estupidez de turno, pero la unánime aprobación me sorprendió y me vi jugando al estúpido juego.
Tras disparatadas pruebas, me llegó el turno. ¿Verdad o atrevimiento?. Tras ver las disparatadas pruebas que había propuesto, y por mi ya conocida timidez, me decanté por verdad. Jamás pensé que una pregunta me fuese a hacer tanto daño. Parecía una pregunta inofensiva, pero en mi situación podría suponer el despedirme de toda posibilidad con Sonia. ¿ Con quien te acostarías de esta habitación?. Decido no contestar, soy abucheado y me levanto. No quería jugar más a ese estúpido juego.
Fui a la cocina y me senté allí, pensativo. Que estupidez, me dije, era un juego de niños y la pregunta era totalmente inofensiva, pero había algo en mi que me decía que si hubiese respondido, hubiera firmando mi sentencia.
Llaman a la puerta. Se abre. Allí esta, radiante. Su precioso vestido de noche se ajusta a su cuerpo. Esta preciosa. Sonia es menuda, mide no mas de 1,60, es morena, de tez blanca y de penetrantes ojos negros. Se me acerca y me pregunta que me pasa, y porque me he puesto así por esa pregunta.
La miro a los ojos. No respondo, simplemente la miro. Entonces ella me susurra al oído que ella no habría tenido dudas si la pregunta se la hubiese hecho a ella, y se acerca a mi boca. Nos besamos. No puedo separar mis labios de ella, tampoco quiero. De repente ella retira su cabeza y me coge de la mano, y me hace acompañarla a la habitación de Natalia. Se tumba en la cama, y sin soltarme la mano, me vuelve a besar. Empieza a recorrerme el cuerpo con sus delicadas y pequeñas manos. Yo ando algo perdido. Ahí estoy, en la cama con mi mejor amiga, mi amor secreto. No podía creerlo, acostumbrado a la mala suerte, me decía una y otra vez que era un sueño. Pero las manos deslizándose por mi espalda me hicieron ver que hay veces que la vida es un sueño. Ella se empieza a desnudar, y al ver que yo no reacciono, ella me ayuda a hacer lo mismo. Sin darme apenas cuenta, me veo con ella encima, delicada, pequeña, como siempre, pero desnuda. La dulzura con la que me había enamorado había desaparecido, y allí estábamos los dos haciendo el amor.
Al fin reacciono, dejo que ella lleve el ritmo, pero empiezo a acariciarle sus pequeños pechos. Ella se estremece ante mis manos, y aumenta el ritmo. Estoy a punto del éxtasis, era mi primera vez y todo parecido con la masturbación iba desapareciendo por momentos. Eyaculé al fin. Ella sonríe. Yo me sentía el hombre mas feliz del mundo, pero las sorpresas de aquella noche no cesaron ahí. Ella cogió mi pene con las dos manos y se lo llevo a su boca. Tantas confesiones secretas y tantas conversaciones, pero ni en el mejor de mis sueños imaginaba a mi amiga realizando una felación. Su lengua acariciaba mi glande, mientras sus dos pequeñas manos agarraban mi erecto pene. Entonces la cojo. No pesa mas de 45 kilos. Y con una mirada de complicidad, sitúo su vagina frente a mi cara, y empiezo a acariciar con mi lengua sus labios vaginales. Notaba como sus jugos vaginales se unían con mi saliva, mientras ella se estremecía con mi pene entre sus labios. Eyaculé otra vez, esta vez en su boca. Se incorpora, nos miramos. Allí esta, ella, como una geisha. Me sonríe, mientras en su barbilla hay restos de mi semen. Va al baño. Y allí estoy yo, recapacitando todo lo que ha pasado.
La tarde mas gris de mi vida se convirtió en la noche con mas luz. Había perdido mi virginidad con la chica que amaba, y eso lo hacia mas especial. Todo el tiempo esperado habia merecido la pena. A partir de ese día gris, mi vida se lleno de ilusión, esperanza y la tranquilidad de levantarme por las mañanas con la persona que amo. Te quiero, Sonia.
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